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Por qué el nuevo estadio Santiago Bernabéu es un proyecto equivocado

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A finales de enero, el presidente del Real Madrid, Florentino Pérez, presentó en el palco de honor del actual estadio Santiago Bernabéu el proyecto ganador del concurso restringido de arquitectura para la construcción del nuevo estadio Santiago Bernabéu. Cuando se reveló que la propuesta elegida correspondía a la que presentó el conglomerado de arquitectos formado por los suizos GMT Architekten y los estudios españoles L35 y Ribas & Ribas, el señor Pérez se apresuró a afirmar que el nuevo edificio iba a ser «el mejor estadio del mundo». Con todo, es curioso pero el anuncio se realizó a moderado bombo y platillo con sordina, al menos si tenemos en cuenta el fastuoso despliegue de medios que el florentinismo acostumbra a poner en práctica cuando de estos menesteres se trata. Mirado con distancia, la presentación de Kaká nos puede parecer ridículamente ampulosa en relación con los resultados deportivos que ofreció; pero al fin y al cabo, el tiempo acabara tapando los fiascos. Y si el tiempo no es suficiente, lo tapará Cristiano Ronaldo, que fue presentado con similar pompa, pero cuyo rendimiento es indiscutiblemente superior. Aun así, ni Kaká, ni Benzema, ni Cristiano, ni Bale, ni Modrić, ni Zidane, ni Raúl, ni Butragueño, ni Míchel —por mucho que se lo mereciese— se acercan a la trascendencia real y emocional que tiene la construcción de un nuevo estadio.

Y por eso es curioso, porque la entidad blanca, en su tratamiento empresarial del club, parece haber concedido más importancia a las puestas de corto de sus futbolistas que a un hecho que cambiará la imagen del Real Madrid para siempre.

1. El problema de vestir a la Nancy

Aunque se siguen construyendo edificios religiosos por todo el mundo, no es descabellado afirmar que los estadios de fútbol son las catedrales de nuestro tiempo. Templos monumentales que congregan a decenas de miles de personas en una liturgia común y colectiva, y que compiten con los museos por ver quién sostiene el verdadero estandarte del icono urbano. Así, su diseño ha dejado de ser obra de técnicos e ingenieros más o menos desconocidos para recaer sobre lo más florido de la aristocracia arquitectónica mundial. Sí, lo han adivinado, igual que sucede con los museos.

Nadie sabe que los arquitectos del Santiago Bernabéu fueron José María Castell, Manuel Muñoz Monasterio y Luis Alemany Soler, pero hasta el aficionado más ajeno al mundo de la arquitectura sabe que en el concurso para el nuevo estadio han participado varios Premios Pritzker como Norman Foster, Rafael Moneo o Jacques Herzog & Pierre de Meuron.

Y es que los estadios son el emblema de las ciudades del siglo XXI, y como tales, se construyen sobre proyectos enormemente ambiciosos que deben responder tanto a las necesidades inherentes a su propio programa como —y sobre todo— a la responsabilidad simbólica que acarrean. La arquitectura deportiva de gran escala tiene menos de arquitectura deportiva que de operación publicitaria. Poniendo tres ejemplos completamente actuales, piensen en el interior del nuevo estadio de Wembley, de Populous y Foster, o en los del Allianz Arena y el Estadio Nacional de Pekín, ambos proyectados por Herzog & De Meuron; si se fijan, apenas hay diferencia respecto a otros recintos deportivos que tienen treinta, cuarenta o cincuenta años de antigüedad. Sin embargo, al exterior son perfectamente reconocibles, identificables y diferenciables entre sí. La operación arquitectónica que se realiza tiene que ver con la imagen urbana del edificio, con su condición de icono. Al final, el diseño presta atención a la fachada, y si me apuran, solo a la fachada. Es un mecanismo que los arquitectos a veces llamamos «vestir a la Nancy».

Los interiores y los exteriores del nuevo Wembley, el Allianz Arena y el Nido de Pájaro de Pekín. Fotos de Lee Thomas, Björn Láczay, akiwitz, Martin Pettitt, Markus Unger y Curt Smith (CC)

Los interiores y los exteriores del nuevo Wembley, el Allianz Arena y el Nido de Pájaro de Pekín. Fotos de Lee Thomas, Björn Láczay, akiwitz, Martin Pettitt, Markus Unger y Curt Smith (CC)

Es sencillo: cuando un edificio tiene un programa de necesidades muy estricto, con medidas y superficies tabuladas y regladas al centímetro, entonces apenas hay margen de maniobra para la exploración o la creatividad espacial. Sucede, por ejemplo, con los hospitales, con las estaciones de bomberos, con las viviendas de Protección Oficial y sí, también con los estadios. La muñeca es siempre idéntica y solo podemos cubrirla con diferentes vestidos; de verano, de invierno, de fiesta o de playa.

En realidad esto no es malo, sencillamente es; y no se puede hacer prácticamente nada para evitarlo. Ya lo dijeron Guy Debord, Gilles Deleuze y Jean Baudrillard en los sesenta y lo enunció arquitectónicamente Robert Venturi en los setenta: la arquitectura de la contemporaneidad es la arquitectura del anuncio, de la fachada. La arquitectura del espectáculo.

Porque claro, cuando sucede como en el nuevo Santiago Bernabéu, donde el antiguo estadio existe, literalmente, detrás del envoltorio, la responsabilidad de esa fachada es enorme. Y hay que ser perfectamente consciente de lo que vamos a contar a través de ella. El problema ocurre cuando nos concentramos en la parte del espectáculo y olvidamos la capacidad de transmisión de la arquitectura como anuncio. Nos olvidamos de cuál es el objeto que publicita. Y es que la marca que anuncia el nuevo Bernabéu es posiblemente la entidad deportiva más importante del mundo.

Entonces es cuando nos damos cuenta de que el proyecto elegido es equivocado.

2. Consistencia

En términos exclusivamente económicos, el Real Madrid debería vender el Bernabéu y construir su nuevo estadio en las afueras de la capital, con accesos eficaces y aparcamiento desahogado; con hoteles y servicios asociados, pero con capacidad para apenas unos cincuenta mil espectadores. Un estadio que se llenaría en todos y cada uno de los partidos. Al fin y al cabo, hace mucho tiempo que la economía de la entidad blanca no depende en absoluto de la venta de entradas.

Como entenderán, esto no es más que una ensoñación irrealizable, porque el Real Madrid, al igual que sucede con cualquier club deportivo que sea más que un club —bien sea por autoproclamación, bien sea por el sencillo discurrir de los acontecimientos— tiene una proyección social que no puede descuidar. Hablando en otros términos, la entidad blanca no puede adoptar un perfil bajo: el Real Madrid está obligado a marcar paquete. Pero no es lo mismo proyectar tu imagen mediante un elegante traje de Hugo Boss, que hacerlo con unos calcetines enrollados dentro del tanga.

O con unos vaqueros de la marca que esté a la última moda.

Porque esa es la equivocación básica del proyecto: el nuevo estadio Santiago Bernabéu es un edificio a la moda. Y por tanto, pasará de moda.

Las cuatro propuestas presentadas a concurso. De izquierda a derecha y de arriba abajo: Norman Foster + Rafael de La-Hoz, Estudio Lamela + Populous, Rafael Moneo + Herzog & De Meuron y GMT + L35 + Ribas & Ribas. Foto ®Real Madrid. Fuente: realmadrid.com

Las cuatro propuestas presentadas a concurso. De izquierda a derecha y de arriba abajo: Norman Foster + Rafael de La-Hoz, Estudio Lamela + Populous, Rafael Moneo + Herzog & De Meuron y GMT + L35 + Ribas & Ribas. Foto ®Real Madrid. Fuente: realmadrid.com

No me malinterpreten, atendiendo a la maqueta y a los planos, estoy seguro de que el proyecto se formalizará en un buen edificio. Una estupenda cubierta practicable, una formidable fachada mediática ondulada, hoteles, centro comercial, restaurantes y todo tipo de comodidades y servicios que convertirán la visita al Bernabéu en una experiencia confortable y placentera. En definitiva, el nuevo estadio será un lugar al que las mocitas madrileñas estarán encantadas de acudir, y además seguro que cuenta con numerosos puestos de pipas e incluso con una sala habilitada con varias pantallas que retransmitirán los partidos en streaming de baja calidad, para que el madridismo underground se sienta como en casa.

Se diría que el proyecto cumple cinco de las Seis propuestas para el próximo milenio que Italo Calvino escribió en 1985: levedad, rapidez, exactitud, visibilidad y multiplicidad. Pero al igual que sucedió con el escritor italiano, cuya repentina muerte le impidió terminar la sexta propuesta, los arquitectos parecen haber olvidado la característica más importante a tener en cuenta cuando te enfrentas a un edificio que es la sede central y el templo del equipo de fútbol más importante del mundo: la consistencia.

Porque fíjense, todas y cada una de las particularidades que hemos mencionado anteriormente —incluidas las pipas y las pantallas en streaming— son perfectamente válidas y extrapolables a cualquier club deportivo del mundo. Lo malo es cuando la forma y la fachada, esto es, la imagen que proyectamos, también es extrapolable a cualquier otro club. Y esto es lo que sucede con el proyecto elegido; que podría ser el estadio del Real Madrid, como podría serlo del Fútbol Club Barcelona, del Paris Saint Germain o de los Dallas Mavericks. Y lo que es aún más equivocado, la fachada ondulada tan mediática y tan moderna es algo propio de nuestra época. Y el Real Madrid no puede permitirse el lujo de pertenecer a nuestra época ni a ninguna época. El Real Madrid tiene que ser atemporal.

Verán, uno de los conceptos arquitectónicos más importantes es el del genius loci: el espíritu del lugar. Es la nube invisible que flota en cada determinado sitio, que aglutina las características propias del mismo y que los edificios deben entender, respetar e incluso manifestar a través de su arquitectura. Sin embargo, cuando se trata de una entidad tan monumental como el Real Madrid, el espíritu del lugar es prácticamente irrelevante a favor de un concepto más profundo; una suerte de genius genii: el espíritu del propio espíritu. La consistencia inherente a la propia entidad.

Y no, no se trata de que el nuevo estadio tenga la forma de una manada de potros desbocados y que el himno del Real Madrid se sustituya por el «Cowboys from Hell» de Pantera, como manifestación del indómito espíritu de Juanito. Se trata de ir más allá del aplauso efímero. Más allá de la contemporaneidad.

Porque los jugadores fichan y se traspasan, los entrenadores vienen y van, y a una temporada exitosa le sucede otra de vacío; pero el estadio sigue allí. Durante cuarenta, cincuenta, sesenta años, inalterable a los fichajes y a las ruedas de prensa y a los goles y a los trofeos. ¿Y saben qué otros elementos del club son incluso más imperecederos que el estadio? El nombre y el uniforme.

Blanco.

No era tan difícil. El Real Madrid es el equipo blanco, el club blanco, la entidad blanca. Es la aplicación más directa de la Navaja de Ockham: la opción más sencilla es la correcta. Sin embargo, solo una de las cuatro propuestas presentadas a concurso, la de Rafael Moneo y Herzog & De Meuron, apostaba decididamente por el blanco. También era el proyecto más valiente y de intención más atemporal, aunque a mi juicio —y esta es una opinión discutible— le faltase cierta rotundidad.

Sin embargo, el proyecto elegido es rabiosamente actual. Probablemente será un edificio estupendo, puede que incluso el mejor estadio del momento; pero desde luego no será «el mejor estadio del mundo». Será «otro buen estadio en el mundo».

Y es una lástima, porque los responsables de elegir el proyecto ganador solo tenían que haber prestado mejor atención a lo que tenían delante. O incluso a un edificio en el que seguro que ya se habían fijado, aunque quizá lo hubieran hecho de pasada.

Fe de errores: Como nos indican algunos de los comentaristas, uno de los estudios ganadores es GMP Architekten, con base en Berlín, en lugar de GMT Architekten, con base en Lucerna.

Rodeado de un cielo azul y rojo, el Allianz Arena de Munich se ilumina en blanco para un partido de la selección alemana de fútbol. Foto de Mohamed Yahya (CC)

Rodeado de un cielo azul y rojo, el Allianz Arena de Munich se ilumina en blanco para un partido de la selección alemana de fútbol. Foto de Mohamed Yahya (CC)

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